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domingo, 26 de septiembre de 2010

DACHAU Y UNA SOLA MISA



Karls Leisner.  Había sido dirigente de un movimiento juvenil católico muy extendido, pero comprendió que su vocación era ser sacerdote. En 1939 recibió la ordenación de diácono. Poco después de ser ordenado fue arrestado por las SS y llevado al campo de concentración de Dachau para acabar con su vida. Pasó cuatro años en el campo. En Dachau, los prisioneros tenían que hacer trabajos forzados. Cuando se trataba de jóvenes, normalmente los ponían a trabajar muy duramente y, si perdían la salud, los mataban. Si eran mayores o no tenían salud, los mataban inmediatamente.
Karl era fuerte, joven, por tanto, le pusieron a hacer trabajos forzados. Como era diácono, ya no pudo ordenarse sacerdote. Cayó enfermo de tuberculosis. En los campos, a los que enfermaban les mataban.

Él pensaba que lo iban a matar enseguida. Y, efectivamente, le trasladaron a un lugar distinto donde se agrupaban los que iban a ser conducidos a las cámaras de gas. Fue entonces cuando comentó a uno de los que estaban allí que su única pena, la tristeza que tenía, era no haber podido ser ordenado sacerdote para haber celebrado, al menos, una Misa en su vida.

Y la providencia de Dios  hizo que esas palabras se extendiesen por el campo y que llegasen, de boca en boca, de barracón en barracón, a un obispo que también era prisionero de los nazis. El obispo, que también murió en el campo, al enterarse del deseo de Karl, se las ingenió para acudir a la sala donde estaba Karl para ordenarle sacerdote.

Y así fue. Le ordenó cuando ya estaba terriblemente enfermo de tuberculosis. El 17 de diciembre de 1944. La alegría de Karl era enorme. “Voy a morir siendo sacerdote”, decía. Pero no podía celebrar ninguna Eucaristía porque allí, en Dachau, ¿cómo iba a celebrarla? El obispo le había ordenado, pero no había ni pan, ni vino. Nada de nada. Era imposible.

Karl vivía una alegría tremenda por ser sacerdote, pero también una pena inmensa por no poder consagrar el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor.
Cuando le llevaban a la cámara de gas, estaba tan enfermo que decidieron abrir las puertas del campo de concentración y tirarlo fuera para que muriera allí. Estaba medio muerto y los carceleros pensaron que, con la cantidad de gente que iban a quemar después de pasar por la cámara de gas, era preferible arrojarlo fuera. ¡No daban abasto!
Agonizaba cuando algunas personas le recogieron. Les contó su historia y le llevaron a un hospital para que muriera. Pero, sobre todo, él les dijo que era sacerdote y que le gustaría, al menos!, celebrar una Misa.
Y allí, en la cama de un hospital, celebró su primera y última Misa. Murió inmediatamente.

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